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No se puede decir que la monarquía constitucional sea democrática, ya que la constitución, al menos en un principio, es, teóricamente, una graciosa concesión del monarca a sus súbditos, retirable en cualquier momento. Ejemplo: Fernando VII, que otorgó la suya a la fuerza y la retiró en cuanto pudo, recuperando así el poder absoluto hasta que murió, menos mal que prematuramente.
En la práctica, naturalmente, no es siempre así.
Las concesiones constitucionales suelen devenir derechos inalienables, ya sea
por habitualidad o por fuerza: la fuerza de la opinión, como en Inglaterra; la
fuerza de la costumbre, como en Suecia; la fuerza de las armas, como en
Francia.
El primer caso documentado de un monarca
absoluto que reduce deliberada y libremente en Europa su poder personal en
aras del bien común
fue el de Marco Ulpio Trajano, natural de Itálica, en la provincia romana de
Bética.
Su familia era originaria de Umbría, Italia, y su
apellido, Ulpio, procede de la misma raíz indoeuropea que ha
dado, en latín, vulpes, «zorro», y en germánico Wolf, «lobo»; en
ambos incide el mismo concepto: mamífero pequeño que muerde y se parece al
perro.
Trajano fue un emperador bueno, por sus
tendencias humanitarias y su sentido abstracto de la justicia; pero no un buen
emperador, pues dejó
a su muerte la economía del imperio romano en situación más bien precaria, y
sus deslumbrantes conquistas asiáticas prendidas con alfileres.
Su sobrino y heredero, Adriano, hubo de
renunciar enseguida a casi todo el territorio conquistado por su tío en Asia e, incluso
en el caso de Dacia, la actual Rumania, decidió curarse en salud desmantelando
el gran puente que unía esa provincia con el resto del imperio al otro lado
del Danubio. Adriano meditó al principio renunciar también a Dacia y restablecer
la lógica fluvial de las fronteras romanas: Rin, Danubio y Eufrates. Si no lo
hizo parece ser que fue porque le dio reparo abandonar a manos de los bárbaros
a los numerosos inmigrantes romanos de todo el imperio con que Trajano había
poblado su conquistada Dacia.
«Fueron
defectos suyos —dice el historiador inglés Anthony Birley en su Vida de
Trajano, y con esto entramos en materia— el beber excesivamente y el ser
pederasta. Pero nadie le censuró por ello, pues esos vicios no le inducían a
cometer maldades. Bebía cuanto le apetecía sin perder nunca la serenidad, y en
sus relaciones con chicos jóvenes jamás perjudicaba a nadie. Se dice que
reducía deliberadamente sus excesos alcohólicos ordenando que, si seguía
pidiendo vino después de un banquete prolongado, no se le obedeciera en modo
alguno.»
Dije que Trajano tenía un sentido
abstracto de la justicia, y las palabras de Birley nos dan un buen ejemplo de
esto. Trajano se aplicaba a sí mismo, a pesar de ser emperador, y por mucho que
ello le contrariase, normas que le parecían tener validez para todos. Su
prestigio era tal que un exceso de alcohol en público
no podía mermarlo, sobre todo, sabiendo como él sabía, dominarse hasta el punto
de seguir pareciendo sereno. La orden de desobedecerle si seguía pidiendo más
vino a partir de cierto momento fue, por consiguiente, una auténtica micro constitución.
Redujo su poder en tal medida que si alguien le obedecía desobedeciéndole en
esa coyuntura y él, borracho, condenaba entonces a muerte inmediata al díscolo
por desacato público de una orden imperial, nadie tomaría en serio la condena a
menos que el emperador, al día siguiente, pasada la resaca, la ratificase por
escrito, lo que no podía ocurrir dado su carácter y, sobre todo, su buen
sentido.
No hay otro ejemplo, que yo sepa, de una
cosa así
en la historia anterior a Roma, y en la misma historia romana sólo se podría
encontrar hurgando en la vida de otro emperador anómalo: Juliano, mal llamado
Apóstata.
El emperador romano era un rey absoluto.
Su omnipotencia no conocía
otras trabas que la autoridad, muy maltrecha, del Senado, y también algunas
tradiciones y tabúes ancestrales, residuos de la vieja Roma republicana, que
nunca tuvieron verdadera fuerza.
..será mentira, será verdad...
DIXOLO CUÉLEBRE... PUNTU REDONDO!