martes, 9 de abril de 2013

EL PRIMER MONARCA CONSTITUCIONAL



Democratizar no es lo mismo que liberalizar. Democratizar es devolver al pueblo los derechos irrevocables que le han sido robados; liberalizar, hacerle concesiones legíti­mamente rescindibles.

No se puede decir que la monarquía constitucional sea democrática, ya que la constitución, al menos en un principio, es, teóricamente, una graciosa concesión del monarca a sus súb­ditos, retirable en cualquier momento. Ejemplo: Fernando VII, que otorgó la suya a la fuerza y la retiró en cuanto pudo, recu­perando así el poder absoluto hasta que murió, menos mal que prematuramente.

En la práctica, naturalmente, no es siempre así. Las con­cesiones constitucionales suelen devenir derechos inalienables, ya sea por habitualidad o por fuerza: la fuerza de la opinión, como en Inglaterra; la fuerza de la costumbre, como en Suecia; la fuerza de las armas, como en Francia.

El primer caso documentado de un monarca absoluto que reduce deliberada y libremente en Europa su poder perso­nal en aras del bien común fue el de Marco Ulpio Trajano, natural de Itálica, en la provincia romana de Bética.

Su familia era originaria de Umbría, Italia, y su apellido, Ulpio, procede de la misma raíz indoeuropea que ha dado, en latín, vulpes, «zorro», y en germánico Wolf, «lobo»; en ambos incide el mismo concepto: mamífero pequeño que muerde y se parece al perro.

Trajano fue un emperador bueno, por sus tendencias humanitarias y su sentido abstracto de la justicia; pero no un buen emperador, pues dejó a su muerte la economía del impe­rio romano en situación más bien precaria, y sus deslumbran­tes conquistas asiáticas prendidas con alfileres.

Su sobrino y heredero, Adriano, hubo de renunciar ense­guida a casi todo el territorio conquistado por su tío en Asia e, incluso en el caso de Dacia, la actual Rumania, decidió curar­se en salud desmantelando el gran puente que unía esa pro­vincia con el resto del imperio al otro lado del Danubio. Adria­no meditó al principio renunciar también a Dacia y restablecer la lógica fluvial de las fronteras romanas: Rin, Danubio y Eufra­tes. Si no lo hizo parece ser que fue porque le dio reparo aban­donar a manos de los bárbaros a los numerosos inmigrantes romanos de todo el imperio con que Trajano había poblado su conquistada Dacia.

«Fueron defectos suyos —dice el historiador inglés Anthony Birley en su Vida de Trajano, y con esto entramos en materia— el beber excesivamente y el ser pederasta. Pero nadie le censuró por ello, pues esos vicios no le inducían a cometer maldades. Bebía cuanto le apetecía sin perder nunca la sereni­dad, y en sus relaciones con chicos jóvenes jamás perjudicaba a nadie. Se dice que reducía deliberadamente sus excesos alco­hólicos ordenando que, si seguía pidiendo vino después de un banquete prolongado, no se le obedeciera en modo alguno.»

Dije que Trajano tenía un sentido abstracto de la justi­cia, y las palabras de Birley nos dan un buen ejemplo de esto. Trajano se aplicaba a sí mismo, a pesar de ser emperador, y por mucho que ello le contrariase, normas que le parecían tener validez para todos. Su prestigio era tal que un exceso de alcohol en público no podía mermarlo, sobre todo, sabiendo como él sabía, dominarse hasta el punto de seguir pareciendo sereno. La orden de desobedecerle si seguía pidiendo más vino a par­tir de cierto momento fue, por consiguiente, una auténtica micro constitución. Redujo su poder en tal medida que si alguien le obedecía desobedeciéndole en esa coyuntura y él, borracho, condenaba entonces a muerte inmediata al díscolo por desacato público de una orden imperial, nadie tomaría en serio la condena a menos que el emperador, al día siguiente, pasada la resaca, la ratificase por escrito, lo que no podía ocu­rrir dado su carácter y, sobre todo, su buen sentido.

No hay otro ejemplo, que yo sepa, de una cosa así en la historia anterior a Roma, y en la misma historia romana sólo se podría encontrar hurgando en la vida de otro emperador anómalo: Juliano, mal llamado Apóstata.

El emperador romano era un rey absoluto. Su omnipo­tencia no conocía otras trabas que la autoridad, muy maltre­cha, del Senado, y también algunas tradiciones y tabúes ances­trales, residuos de la vieja Roma republicana, que nunca tuvieron verdadera fuerza.


..será mentira, será verdad...


DIXOLO CUÉLEBRE... PUNTU REDONDO!