viernes, 29 de marzo de 2013

UN PAPA FUE EL QUE ORDENÓ EL TRÁFICO POR PRIMERA VEZ EN LA HISTORIA




Debemos al papa italiano Bonifa­cio VIII la ordenación del tráfico. En su bula Antiquorum habet, fechada el 22 de febre­ro del año 1300 de nuestra salvación, convocó el primer jubi­leo de la Iglesia católica, provocando tal concentración de peregrinos de todo el mundo en Roma que el tráfico, tanto humano como sanguíneo, pero también, evidentemente, roda­do, llegó a plantear a sus organizadores un importante y urgen­te problema de desaprovisionamiento, accidentalidad, inco­modidad general y delincuencia.

Dante recuerda esto en un famoso pasaje de su «Infier­no»:

Come i román, per l'essercito moho, l'anno del giubileo, su per lo ponte, hanno a pasar la gente modo coito, che da l'un lato tutti hanno la fronte verso'l castello e vanno a Santo Pietro, dall'alta sponda vanno verso'l monte...

O sea: «Como los romanos, por causa del gran ejército, / el año del jubileo, por el puente, / han ideado forma de que pase la gente, / que por un lado todos van de frente / hacia el castillo y van hacia San Pedro, / por el otro lado van camino del monte...»

En el lugar del infierno de Dante a que este terceto se refiere, los condenados, alcahuetes y seductores dan vueltas eter­namente en sentidos opuestos, unos de cara y otros de espal­das a Dante y a Virgilio, como los coches en las carreteras y calles de dos sentidos de nuestras ciudades. Idea que Dante confiesa habérsele ocurrido al verla aplicada, por primera vez, que se sepa, al tráfico de entrada y salida de una ingente muchedumbre en una ciudad europea: en este caso, la Roma del año 1300.

El cronista florentino Villani describe así la perfecta orga­nización que él mismo vio:

Gran parte de los cristianos que entonces estaban vivos hicieron esta peregrinación, tanto hombres como mujeres, desde los más lejanos y diversos países, tanto de lejos como de cerca. Y fue la cosa más maravillosa que pueda verse, que, ininterrumpidamente, durante todo ese año, pues había en Roma, además del pueblo romano, doscientos mil peregri­nos, y eso sin contar los que se acercaban a Roma por los caminos o volvían a sus casas, para todos había víveres, y todos estaban contentos, tanto las personas como los caba­llos, y siempre muy pacientes y tolerantes, y sin escándalos o peleas; de todo lo cual soy testigo, pues con mis propios ojos lo vi.

Tanto el llamado Ottimo como el llamado Anónimo Florentino explican el sistema adoptado para pasar el puente sin aglomeraciones ni peligros, y hay un informe anónimo que detalla que en el año 1300, siendo Dante embajador florenti­no en Roma, el papa Bonifacio VIII «hizo dividir el puente lon­gitudinalmente de tal manera que la gente fuese, por un lado, hacia el castillo de Sant'Angelo, en dirección a San Pedro, y por el otro hacia el monte Giordiano, en dirección a San Pablo, sin obstáculos ni tropiezos, disponiendo, además, de guardias que les indicaban el camino».

Al principio sorprende que esta innovación provocase tanta maravilla, pero hay que leer a los cronistas de la época para hacerse una idea de los incidentes, problemas y tragedias a que daba lugar la falta de dirección del tráfico en las angos­tas calles de las ciudades europeas de la alta Edad Media. Como, por poner un ejemplo extremo, pero frecuente, el que dos caballeros se viesen frente a frente en la calle, a caballo, en coche o incluso a pie, y cada uno con su séquito, y, por punti­llo de honor, rehusasen cederse mutuamente el paso. Lo cual solía resolverse a estocada limpia, y no sólo entre los dos caba­lleros mismos, sino, también, entre sus respectivos séquitos, habiendo ocasiones en las que sólo los caballos salían vivos de tal trance, y alguna que otra vez ni siquiera estos.


Es curioso recordar aquí la observación de Oswald Spengler de que las ciudades mediterráneas fueron siempre, desde la antigüedad más remota hasta bien entrada la Edad Media, piñas de casuchas apretujadas a lo largo de callejas estrechas y retorcidas, mientras las germánicas de tierra adentro, entre el Rin/Danubio y el Oder/Neisse, estaban, por el contrario, hol­gadamente espaciadas a lo largo y ancho de grandes campiñas acotadas en parte por ríos y lagos. 

Y más curioso aún que este holgado y claro vivir diese por fruto un pensar germánico apre­tujado y opaco, mientras los prietos, irrespirables racimos de las ciudades greco-latinas produjeran el pensamiento más cla­ro, respirable y holgado que han visto los siglos...




...será mentira, será verdad...


DIXOLO CUÉLEBRE... PUNTU REDONDO!




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