Debemos
al papa italiano Bonifacio VIII la ordenación del
tráfico. En
su bula Antiquorum habet, fechada el 22 de febrero del año 1300 de
nuestra salvación, convocó el primer jubileo de la Iglesia católica,
provocando tal concentración de peregrinos de
todo el mundo en Roma que el tráfico, tanto humano como sanguíneo, pero también,
evidentemente, rodado, llegó a plantear a sus organizadores un importante y
urgente problema de desaprovisionamiento, accidentalidad, incomodidad general
y delincuencia.
Dante recuerda esto en un famoso pasaje
de su «Infierno»:
Come
i román, per l'essercito moho, l'anno del
giubileo, su per lo ponte, hanno a pasar la gente modo coito, che da l'un lato
tutti hanno la fronte verso'l castello e vanno a Santo Pietro, dall'alta sponda
vanno verso'l monte...
O sea: «Como los romanos, por causa del gran
ejército, / el año del jubileo, por el puente, / han ideado forma de que pase
la gente, / que por un lado todos van de frente / hacia el castillo y van hacia
San Pedro, / por el otro lado van camino del monte...»
En el lugar del infierno de Dante a que
este terceto se refiere, los condenados, alcahuetes y seductores dan vueltas
eternamente en sentidos opuestos, unos de cara y otros de espaldas a Dante y
a Virgilio, como los coches en las carreteras y calles de dos sentidos de
nuestras ciudades. Idea que Dante confiesa habérsele ocurrido al verla aplicada, por
primera vez, que se sepa, al tráfico de entrada y salida de una ingente
muchedumbre en una ciudad europea: en este caso, la Roma del año 1300.
El cronista florentino Villani describe
así
la perfecta organización que él mismo vio:
Gran parte de los cristianos que
entonces estaban vivos hicieron esta peregrinación,
tanto hombres como mujeres, desde los más
lejanos y diversos países, tanto de lejos como de cerca. Y fue la cosa más
maravillosa que pueda verse, que, ininterrumpidamente, durante todo ese año,
pues había en Roma, además del pueblo romano, doscientos mil peregrinos, y eso
sin contar los que se acercaban a Roma por los caminos o volvían a sus casas,
para todos había víveres, y todos estaban contentos, tanto las personas como
los caballos, y siempre muy pacientes y tolerantes, y sin escándalos o peleas;
de todo lo cual soy testigo, pues con mis propios ojos lo vi.
Tanto el llamado Ottimo como el llamado
Anónimo
Florentino explican el sistema adoptado para pasar el puente sin aglomeraciones
ni peligros, y hay un informe anónimo que detalla que en el año 1300, siendo
Dante embajador florentino en Roma, el papa Bonifacio VIII «hizo
dividir el puente longitudinalmente de tal manera que la gente fuese, por un
lado, hacia el castillo de Sant'Angelo, en dirección a San Pedro, y por el otro
hacia el monte Giordiano, en dirección a San Pablo, sin obstáculos ni
tropiezos, disponiendo, además, de guardias que les indicaban el camino».
Al principio sorprende que esta innovación provocase tanta
maravilla, pero hay que leer a los cronistas de la época para hacerse una idea
de los incidentes, problemas y tragedias a que daba lugar la falta de dirección
del tráfico en las angostas calles de las ciudades europeas de la alta Edad
Media. Como, por poner un ejemplo extremo, pero frecuente, el que dos
caballeros se viesen frente a frente en la calle, a caballo, en coche o incluso
a pie, y cada uno con su séquito, y, por puntillo de honor, rehusasen cederse
mutuamente el paso. Lo cual solía resolverse a estocada limpia, y no sólo entre
los dos caballeros mismos, sino, también, entre sus respectivos séquitos,
habiendo ocasiones en las que sólo los caballos salían vivos de tal trance, y
alguna que otra vez ni siquiera estos.
Es curioso recordar aquí la observación de Oswald Spengler de
que las ciudades mediterráneas fueron siempre, desde la antigüedad más remota
hasta bien entrada la Edad Media, piñas de casuchas apretujadas a lo largo de
callejas estrechas y retorcidas, mientras las germánicas de tierra adentro,
entre el Rin/Danubio y el Oder/Neisse, estaban, por el contrario, holgadamente
espaciadas a lo largo y ancho de grandes campiñas acotadas en parte por ríos y
lagos.
Y más curioso aún que este holgado y claro vivir diese por fruto un
pensar germánico apretujado y opaco, mientras los prietos, irrespirables
racimos de las ciudades greco-latinas produjeran el pensamiento más claro,
respirable y holgado que han visto los siglos...
...será mentira, será verdad...
DIXOLO CUÉLEBRE... PUNTU REDONDO!